Las palabras, que tienen vida, como nosotros, van adoptando y adaptando nuevos sentidos cada vez que transitamos por una parte del mundo que requiere nuevos nombres, nuevos sentidos: es decir, cada vez que creamos nuevas realidades. Por eso, “improvisación” es una palabra que puede acoger varias acepciones. Como el eje de nuestra propuesta está orientado a la improvisación, pero como esto a veces suena a “hacer cualquier cosa de cualquier modo”, nos gusta repasar cuál es nuestra forma particular de entenderla. A esa forma, por cierto, nos gusta llamarle “impro”.
El lenguaje está vivo, como nosotros. Prueba de lo primero es el amplio espectro por el que las palabras van desfilando, abrazando nuevos significados, acogiendo otros sentidos, permitiendo nuevas realidades. Prueba de lo segundo es que respiramos.
Sí, así, es: respiramos. Ya mismo lo estamos haciendo. Y gracias a la respiración el oxígeno renueva la sangre, clave de la vida en nuestra especie. Es sólo que, de tan obvio, lo pasamos por alto. Pero es así: respiramos con una espontaneidad tal que venimos a ser conscientes de ello cuando algún asunto de salud lo afecta. O cuando vamos a clase de yoga.
O cuando, como en este momento, leemos algo que nos recuerda la respiración.
Vale, eso está bien, pero… ¿y lo de la impro?
Aquí viene el asunto del que queremos hablar hoy. Impro es la versión corta de la palabra improvisación. Pero no la escribimos así por economía del lenguaje. El giro entre improvisación e impro es una de las formas como nos gusta remarcar nuestra manera particular de entender la improvisación.
Como todas las palabras, la improvisación está llena de vida. Pero, tal como ocurre en las clases de yoga, no nos enteramos mucho de todos los sentidos que ella envuelve, básicamente porque, como ocurre con casi todas las palabras, en lo cotidiano la usamos sin fijarnos mucho en todas esas posibilidades que envuelve. El lenguaje está vivo, y por eso una misma palabra puede nombrar posibilidades diferentes.
Si al respirar llevamos oxígeno al cuerpo, al hablar oxigenamos la vida. Pero así como ser consciente de la respiración ayuda a (tal vez) respirar mejor, ser conscientes de cómo las palabras traen ideas a la vida sirve para ser conscientes de las realidades que creamos con ellas.
El lío es que, a menudo, “improvisación” surge en contextos donde alguien no quiso o no pudo preparar algo y, al momento de la acción o la decisión, sale con “lo primero que se le ocurre”. Aquí, justo aquí, es donde las precisiones aportan luz.
Y es justo donde “impro” es algo más que una versión corta de “improvisación”.
Para explicarlo mejor podemos acudir a una imagen doble. No es que el mundo se pueda dividir, así a la ligera, en dos. Sin embargo, dualidades, dicotomías y dilemas hacen parte del repertorio mental con el cual nos armamos los humanos para vivir la vida. Su efectividad reside en la capacidad de sintetizar todo un mundo de posibilidades en dos corrientes, dos esferas o dos conjuntos. Sabemos que el mundo es más complejo que eso, pero como ejercicio didáctico puede servir para ubicarnos en la distancia entre “improvisación” e “impro”.
Esa imagen doble es la siguiente. Curiosidad “versus” seguridad. La historia misma de nuestra especie, deambulando por este planeta, está atravesada por ambas. Y esto es importante: ambas. Sin curiosidad, no habría exploración de nuevas posibilidades, ni soluciones innovadoras, disruptivas o creativas a los problemas. Sin seguridad, no habría un repertorio mínimo de caminos que recorremos donde la respuesta al estímulo está asegurada.
Si lo planteamos en términos de viejos pobladores, estarían los nómadas (más volcados a la curiosidad) y los sedentarios (más volcados a la seguridad). mientras los primeros idearon técnicas de memoria para almacenar los conocimientos que iban adquiriendo, literalmente, en el camino (la música, la rima, la observación detenida del entorno), los segundos idearon la arquitectura y la agricultura. De ambas nociones surgen construcciones sociales que aún viven con nosotros, mientras los valores que son clave en cada una apelan a distintos puntos sobre el mismo eje: la supervivencia.
Así, de las culturas nómadas podemos retomar la espontaneidad, la capacidad de reacción y ese valor tan apreciado en los tiempos actuales (llenos de nómadas digitales y viajeros que recorren el mundo entero, explorando, conectando…), de las sedentarias aprendemos la proyección de futuro, la estabilidad y la construcción de procesos sociales predecibles en el tiempo.
En suma, de ambas formas de cultura hemos legado valores, prácticas sociales y estrategias que nos ayudan en esta tarea de seguir con vida.
La conservación y la renovación son, a su vez, dos impulsos básicos que se pueden rastrear en todas las especies vivas. Desde las plantas hasta los homínidos, la biología tiene ambos impulsos. En la conservación (ya entenderán, más ubicada al lado de la seguridad), la vida busca asegurarse su propia permanencia. En la renovación, la vida busca generar nueva vida. Y ambas se mezclan en un ciclo que vive en constante renovación/repetición de sí mismo.
Aplicado al mundo social, todos los grupos sociales tienen proyecciones de estos mismos impulsos. Dicho de otra forma, todos somos nómadas y sedentarios. Es sólo que en cada persona y en cada sociedad las proporciones entre una y otra cambian. La medida de ese cambio es justamente lo que caracteriza a cada grupo. Hay sociedades más inclinadas a la conservación (estructuras tradicionales, un culto enorme a la memoria, reivindicación constante de la tradición…); hay otras más volcadas a la renovación (disrupción, experimentación y vanguardia).
Para mostrar que son imágenes orientadoras, y no excluyentes, podemos visualizar ejemplos. Ejemplo supremo de tradición… ¿China? Ejemplo extremo de innovación ¿Silicon Valley? Desde luego, son, digamos, los tópicos estándar para el ejemplo. El primero (cada una a su modo) cifran en las raíces históricas su propio futuro. El segundo, volcado a una industria de la innovación tecnológica: ancianos dinásticos y emprendedores digitales.
Lo bello del ejemplo es cómo en la ciudad de la tecnología la innovación es tradición, mientras que China ha hecho de su pasado la forma de abrazar el futuro, es decir, ha convertido su pasado y sus costumbres en su forma innovadora de tener un lugar en el presente.
Digamos entonces que la seguridad y la renovación no compiten. O no, al menos, necesariamente. Sin embargo, cuando insistimos en reiterar el pasado, lo que funcionó antes, podríamos estar caminando hacia un punto de no retorno. Del otro lado, saltarse demasiado hacia innovar y reinventar todo cada vez, va dejando una sensación de cansancio y agotamiento que hoy se percibe en muchos ámbitos sociales.
Lo bello es que el punto en que ambas pueden co-existir sanamente es diferente en cada quien. Lo que para una persona es la mezcla perfecta, para otra sería una amenaza; lo que funciona en una empresa podría no funcionar en las demás.
¿Cómo entonces encontramos ese punto de (¿debería llamarse?) equilibrio?
Nuestra propuesta es simple: con la impro.
En la visión cotidiana, improvisar es “salir con lo primero que se nos ocurre”. Y esto, no habrá que explicarlo mucho, suena mal. “Un gobierno improvisado”, “Una gerencia improvisada”, son afirmaciones que suenan mal. Curiosamente, “Una fiesta improvisada” ya no suena tan mal, socialmente hablando. Casi que en lo cotidiano muchas personas estarían dispuestas a afirmar que los encuentros no planeados, las fiestas improvisadas y las citas sin muchos planes son mejores que las otras.
La impro es posible en escenarios volcados a la seguridad y la predecibilidad tanto como en aquellos más volcados a la innovación y la sorpresa. Porque la impro propone una serie de principios que nos ayudan a reconocernos como parte de un relato que estamos construyendo y en el cual tenemos un rol. Pero, sobre todo, nos ayuda a reconocer ese rol y a ponerlo a funcionar de la mejor forma acorde a nuestros principios y a los objetivos del grupo en el que estamos.
Del nomadismo, la impro entresaca el estar atentos, vivir espontáneos y andar ligeros por la vida. Del sedentarismo, retoma las estructuras (justo una de las diferencias entre “improvisación” e “impro” es que en esta segunda tenemos métodos, técnicas, principios y modelos) que permiten calcular un resultado controlado.
El detalle de cómo lo entendemos, las ideas y proyectos que han surgido en ese camino de aprendizaje, y las formas como lo entrenamos en otros, es, ni más ni menos, nuestra historia como empresa. Que se puede leer en este blog, apreciar en los espectáculos y aprender en nuestros cursos de formación.
Y ya que todos vivimos en ambos tipos de escenarios (los más volcados a la seguridad, los más volcados a la innovación), hemos vivido situaciones en que una extraña mezcla de ambos (un poquito de predecibilidad y un poquito de espontaneidad) han permitido crear nuevas posibilidades o vivir intensamente las posibilidades ya conocidas, con la “impro” viene a pasar lo que con la respiración: saber más de la impro permite reconocer que estamos vivos.