Improvisación para los y las niñas
Creatividad y espontaneidad

Los y las niñas, tal vez, no van a leer este post, porque aún no saben leer. Pero se lo puedes leer tú. De paso, algo te quedará sonando.

(Primer disclaimer para los adultos que vayan a leerle a los y las niñas: léelo a medio camino entre cuento infantil, registro que les será familiar, y la reflexión, como quien les prepara para algo que de seguro se les presentará en la vida).

Cierto día, Arturo, el elefante carpintero del pueblo, llegó a su taller a trabajar. Tenía como encargo fabricar un tocador bello, bellísimo, el más bello que jamás se hubiera visto en todo el planeta Tierra, para una familia que quería regalárselo a su hija. Ella había estado fuera del pueblo por algunos años, mientras estudiaba en la ciudad. Ahora que regresaba, la familia quería tenerle un regalo especial, y la idea del tocador les pareció genial.

Así que estuvieron por semanas mirando en los talleres de carpintería del pueblo, evaluando cuál sería el indicado para realizar la labor. Escogieron a Arturo por su delicadeza en la selección de maderas, los cortes, los pulidos, los rebajes y su gran sensibilidad para escoger los colores. 

Ese día que llegó Arturo al taller, la verdad, estaba un poco preocupado. Se le hacía que el reto de escoger el diseño, los colores y los materiales para un tocador bello, bellísimo, el más bello que jamás se hubiera visto en todo el planeta Tierra, era muy grande para sus conocimientos y experiencia. Arturo, en efecto, nunca había salido de su pueblo, entonces no sabía qué otros tocadores bellos se habrían visto en todos los demás pueblos, ciudades, países y continentes. 

Un poco mareado por la situación, decidió dar una vuelta a algún pueblo vecino. No tendría forma de recorrer el mundo entero, pero al menos sí podría ir al poblado más cercano. Con sus grandes patas, fue tan rápido como pudo hasta allí. Dio vueltas sin saber muy bien lo que buscaba, pero se dejó llevar por su propia curiosidad. Así fue como llegó a una tienda de helados. Entró y pidió helado de chocolate (parece que incluso a los elefantes carpinteros les gusta el helado de chocolate). 

Fue cuando disfrutaba la última parte de su helado favorito cuando entró una joven. Ella al verlo sintió necesario acercarse a hablarle. 

—¿Qué te pasa? Te veo preocupado —dijo la joven.

—Ah, no es nada, es solo que tengo un trabajo que me está exigiendo más de lo que creo que puedo dar —respondió, triste, Arturo.

—Ya veo. Si quieres me puedes contar de qué se trata, tal vez pueda ayudarte —dijo la muchacha, mientras ponía su mano sobre las orejas de Arturo (Ella ni siquiera sabía que ese era el lugar donde él sentía más tranquilidad y confianza al ser acariciado). 

—Verás, tengo que hacer un tocador, bello, bellísimo, el más bello que jamás se hubiera visto en todo el planeta Tierra, para una familia que quiere regalárselo a su hija, que llega pronto de un viaje de estudios —soltó, espontáneo y algo confundido Arturo. 

—¿Y cuál es el problema?  —preguntó, con cuidado la joven mujer. 

—Bueno, la verdad es que tengo susto de hacer algo que me parezca bello, bellísimo, lo más bello que jamás se haya visto en todo el planeta Tierra, pero no le guste a la familia. 

Así respondió Arturo. La reacción de la joven se adivinaba en su gesto serio, casi como estuviera ofendida. Estaba tan molesta, que al mover su cabeza en señal de aceptación, se le cayó la pulsera. Arturo vio la pieza caer al suelo y sintió que había visto una joya parecida en algún otro lado. Pero de momento no le prestó atención, pues ahora su interés estaba en saber qué había molestado tanto, tantísimo, a la joven. Ella, indignada, le preguntó:

—¿Y a ti quién te dijo que el tocador bello, bellísimo, el más bello jamás antes visto en todo el planeta Tierra debe ser del gusto de la familia y no de la joven para la que vas a fabricarlo?

Arturo apenas podía tenerse en pie. “Pues, porque la familia es la que me va a pagar el trabajo”, respondió con asombro.

La joven recogió su pulsera. Arturo volvió a sentir que ya alguna vez había visto una joya similar. 

—Voy a decirte algo —susurró la muchacha. Puede que la familia te pague, pero quien debe sentir que el tocador es bello, bellísimo, el más bello que jamás antes se haya visto en todo el planeta Tierra es la hija. 

Y, un poco burlona, agregó: “Yo he estado en muchas ciudades, y te puedo decir que lo mejor que puedes hacer es fabricar un tocador de líneas rectas y color negro”.

La risotada de Arturo se escuchó desde el pueblo en el que estaba teniendo esta conversación hasta su mismo taller en el otro pueblo. No lo podía creer. 

—¿Líneas rectas y color negro?, tienes que estar loca, muchacha. Te agradezco la ayuda pero tal vez no me sirva mucho ahora —fue lo único que acertó a decir Aturo. 

—Pues, tú verás, pero tú no has viajado por todo el mundo, en cambio yo sí —dijo la muchacha. 

Arturo reflexionó con su trompa pegada al suelo. Le agradeció a la chica que hubiera dado su opinión, y regresó a su taller pensando cómo iba a resolver la situación. Trabajó durante semanas en el tocador, y vamos a saltar al día preciso en el que lo va a llevar a la casa de la familia, que ahora se está preparando para mostrarle el regalo a su hija. 

Ese día Arturo llegó perfumado. Llevó el tocador envuelto en unas telas, para destaparlo ante toda la familia. 

Antes de abrirlo, dijo: “Bueno, pensé mucho antes de hacer el tocador bello, bellísimo, el más bello que jamás antes se haya visto en todo el planeta Tierra tal como ustedes me pidieron. Espero que le guste a la joven”. 

—¡Pero si es negro! Arturo, por los dioses, ¿qué has hecho? 

Acabamos de escuchar la voz del papá y la mamá de la muchacha, gritando al unísono. Pero antes de que Arturo pudiera responder, salió la joven, quien se emocionó tanto al ver el tocador, que le dio un abrazo gigante a Arturo. Sus padres no lo podían creer, cómo era posible que un tocador de líneas rectas apenas sin adornos y en color negro pudiera gustarle a su hija. 

Y, como no pudieron de la curiosidad, le preguntaron a Arturo que cómo había dado con esa idea tan loca y, encima, acertar con el gusto de la hija. Arturo, carraspeando un poco la garganta y asumiendo la típica postura corporal de los elefantes cuando van a decir algo célebre, dijo:

—Estaba un poco compungido con la tarea de fabricar un tocador bello, bellísimo, el más bello que jamás antes se haya visto en todo el planeta Tierra, es verdad. Pero, semanas antes de emprender la labor, tuve una charla con una joven que había viajado a otras ciudades, y ella me dijo que esta sería una buena idea. 

La dueña del regalo, que aún abrazaba a Arturo, abrió más sus ojos tan pronto escuchó lo de “tuve una charla con una joven que había viajado a otras ciudades”, y de inmediato gritó: “¡Manuelaaaaa!”. Y de manera impulsiva subió a su habitación, donde, efectivamente, estaba Manuela, su prima. 

Arturo y los padres de la joven se quedaron en la sala, sin entender nada de lo que estaba pasando. Un minuto después, la joven del regalo (a quien no hemos presentado, pero se llama Andrea) y Manuela bajaron sonrientes. 

Sí, lo que estás pensando: Manuela fue la joven con quien conversó Arturo en el otro pueblo. Cuando explicaron toda la situación, los padres, aún poco convencidos de la forma y el color del tocador, le preguntaron a Arturo que cómo era que había confiado en las palabras de una joven desconocida. 

Arturo, asumiendo la típica postura corporal de los elefantes cuando van revelar un secreto profesional, dijo: “La joven, ahora puedo decir Manuela, me pareció confiable. Además, vi su pulsera, con esa figura particular que tiene también la señora en su mano, y que le vi cuando fue con su esposo a mi taller a hacerme el encargo de fabricar un tocador bello, bellísimo, el más bello que jamás antes se haya visto en todo el planeta Tierra, y que es la misma figura que vi en un cuadro acá en la casa, a la mañana siguiente, cuando vine a tomar las medidas”. 

Aclarado todo el asunto, subieron el tocador al cuarto de Andrea. Luego de comer algunos panes con avena y helado de chocolate, Arturo volvió a su taller a contarle esta historia a sus amigos. 

(Segundo disclaimer para adultos que ya le leyeron a los los y las niñas: lo que sigue lo puedes leer a tu oyente, o lo puedes leer para ti y luego conversarlo con quien ahora, seguramente, tendrá los ojos como platos por la emoción del relato).

A menudo queremos que los planes se cumplan como esperamos, y que la vida se nos presente como esperamos que se nos presente. Pero a veces no es posible. Para esos momentos en que no es posible, está bien echar mano de la Improvisación para la Vida. El caso de Arturo es genial para mostrar cómo opera esa forma alternativa, creativa y diferente de enfocar la vida:

Percibir: Arturo salió de su entorno cotidiano a mirar otras cosas. Gracias a esa oportunidad que se dio, pudo recoger información que le fue sumamente valiosa. De hecho, gracias a ese paseo hasta el otro pueblo fue que pudo encontrar a Manuela. Y la escuchó. Además,  el detalle de la joya se debe también a una gran capacidad de observación que, parece ser, no la tienen solo los elefantes. 

Aceptar: hacer un tocador de formas planas y color negro no parecía lo más cercano a la misión de fabricar un tocador bello, bellísimo… (y todo lo que sigue). Sin embargo, gracias a que había logrado un buen Percibir (ir al otro pueblo, escuchar a la muchacha, fijarse en que por la figura que llevaba en su pulsera ella seguramente era de la familia de la muchacha), pudo aceptar la idea que ella le propuso. Pudo aceptarla como una idea posible, sobre todo porque Manuela le invitó a pensar que lo importante no era la idea de belleza de la familia sino aquella que pudiera gustarle a la joven para quien iba dirigido el regalo.

Proponer: claro, el tocador de formas planas y color negro. Porque Arturo hubiera podido obviar las señales. Y no arriesgarse. Pero reaccionar pensando en los propósitos (Arturo y la familia querrían que la joven recibiera un regalo de su gusto) y no en los miedos (que la familia se disguste y no acepte el trabajo) es un buen ejemplo de cómo escucharse a uno mismo, confiar en los propios pensamientos, es el camino. 

Así que para las tantas veces en que no sabemos qué hacer, estas tres palabras nos pueden traer magia (y la magia, generalmente, aparece cuando las permitimos): Percibir, Aceptar y Proponer. 

Hacemos, improvisando, muchas historias que se quedan en la palabra hablada, en nuestros espectáculos y procesos formativos. O incluso en nuestro podcast. Estas historias hacen parte de nuestro improverso, un lugar donde fortalecemos habilidades para la vida desde la improvisación. Visita GymproVirtual, la academia donde convertimos estos conceptos en cursos formativos ágiles y divertidos. Acá en nuestro blog puedes encontrar más ideas y herramientas aplicables a la vida. Visítanos también en LinkedIn e Instagram.