Incertidumbre vs Improvisación

Si creciste durante los años noventa (o un poco antes) recordarás, tal vez con nostalgia, que luego de ver nuestro programa de televisión favorito salíamos a la calle a conversar con otros amiwis sobre lo visto. Si ahora te has visto asaltado por un spoiler que no deseabas, o no encuentras con quién hablar sobre tu nueva serie favorita, has vivido —de frente— a lo que nos referimos por incertidumbre. En este post no podemos evitar que te lleguen spoilers pero sí ayudarte a entender cómo gestionar la incertidumbre con una dosis de improvisación.

Ese mundo que quedó atrás se sentía como algo bastante sincrónico: de una casa a otra las normas eran parecidas, e incluso los padres de familia contaban con una misma serie de refranes para reforzar la educación de sus hijos: la típica “Mientras usted viva en esta casa, bajo este techo, tendrá que obedecer las normas”, o la implacable “Maluco también es bueno”, a menudo acompañada de “No le estoy preguntando si le gusta la sopa”, no muy lejana a la típica “Estudie mijo para que sea alguien en la vida”. 

Los programas de televisión se transmitían por unos pocos canales, y muchas veces no alcanzamos a advertir que no eran más que la repetición cíclica de unos pocos episodios. No lo pudimos percibir, porque cada vez que los veíamos salíamos a jugar con otros amis, a recrear las aventuras y a inventar nuevas fantasías a partir del mismo relato. 

Era un mundo sincrónico porque los mensajes eran pocos. Comunicarse costaba: no en todas las casas había televisores, teléfonos o equipos de sonido. Había pocos contenidos, pocos medios de emisión de esos contenidos, y todos se emitían simultáneamente: los horarios de la radio y la televisión eran reiterativos, los repartidores del periódico pasaban a las mismas horas pregonando la prensa del día, y los horarios del trabajo de los grandes y la escuela de los pequeños eran bastante semejantes. 

Cuando tantas generaciones de personas están sometidas a los mismos estímulos, recibidos de manera más bien uniforme y reiterada en el tiempo, se forma una sensación de continuidad y se comparten referentes colectivos. El mundo se siente como una misma canción que todos nos sabemos, y en la que reconocemos las diferentes dinámicas. Pero sobre todo, lo clave es que compartimos esas dinámicas: todos estamos en el mismo coro o repitiendo la misma estrofa.

Sobra decir que ya el mundo no es así. No es sincrónico. Tus amigos no ven las mismas series que tú, ni van en las mismas temporadas que tú. Unos consumen unos medios regularmente, pero la mayor parte llegan a las noticias porque alguien lo publica en sus perfiles de redes sociales con el link al medio de referencia. No estamos enterados de lo mismo, ni nos enteramos de las cosas al mismo tiempo. Y no solo es que haces parte de audiencias diferentes (como fans de una serie, un artista musical o seguidor de un artista fotográfico) sino que cada uno de nosotros tiene su propia audiencia: los seguidores que sumamos en las redes, los mismos tres (o tres mil) que nos dan like a cuanta cosa publicamos. 

Bueno, este mundo, que ya no es sincrónico y no puede serlo, es un mundo donde la incertidumbre aumentó. Como los medios por los que podemos hablar y la cantidad de información que podemos compartir es mayor, cada vez se dificulta tener una base de referencias comunes con otros al momento de establecer una conversación o una interacción social en el trabajo, la vida sexoafectiva o la familia.

Frente a ese mar de información diversa y dispersa, las opciones, las alternativas, los caminos posibles aumentan en cantidad. Y cada uno llega hasta nuestros celulares a proponernos que, con solo presionar la pantalla, podríamos acceder a un mundo de opciones diferente. Es como si dar click pudiera significar cambiar por completo de vida. Y a menudo ocurre.

Pero tanta gente cambiando tanto de vida de manera tan acelerada deja una sensación de falta de certeza, caminos seguros, fijos y sincrónicos por los cuales transitar por la vida. Esa es la incertidumbre. La incapacidad de analizar cada opción a fondo, y la falta de tiempo (y ganas) para intentarlo. 

¿Frente a eso qué propone la improvisación? La propuesta de la improvisación es bastante simple: sumérgete en la incertidumbre como un hecho inevitable del mundo de hoy (no mejor ni peor, solo una característica neutral de la época en que nos ha correspondido vivir) y saca el mejor partido de cara a tus objetivos. 

Una diferencia crucial entre quienes naufragan en la incertidumbre y quienes no es esta: la existencia de objetivos. Cuando hay puntos de llegada claros, todas las opciones que lo encuentran a uno en el camino se pueden ponderar en función de algo, una referencia: la meta, propósito o proyecto que tienes en mente.

Si no hay planes, puntos de llegada o al menos criterios para decidir, ese mar de opciones e información, de alternativas y caminos se torna en un pantanoso paisaje del que será difícil salir. En cambio, tener alguna orientación sobre lo que se espera lograr ayuda a descartar opciones.

Ahí la propuesta de la improvisación, entendida como gestión de la incertidumbre, es bastante sencilla: hacerse a la convicción de que no hay error, percibir el entorno, aceptar la situación y proponer (en dirección a los intereses). Y esto se basa en los principios de la improvisación (Para la Vida).

Así que aceptar la improvisación como una opción en la vida ayuda a sentirse menos presionado por la cantidad de opciones. Simplemente asumes que están ahí, y que está bien por ellas, y que algunas veces las usarás y tantas otras veces no. Ayuda a centrarte en tu propio camino y acallar las voces que intentan distraerte.

Si quieres practicar la improvisación para la vida, acá te formamos en el camino. Si quieres leer más sobre los conceptos y los principios que nos permiten hablar sobre los muchísimos beneficios de la improvisación, lee todo lo que puedas acá en el blog. Y si quieres vivir la improvisación desde lo escénico, por acá te contamos algunas cosas.